No podemos resignar el futuro en pos de vivir el hoy
marzo 29, 2022¿Qué debo saber sobre la planificación patrimonial?
mayo 17, 2022No podemos resignar el futuro en pos de vivir el hoy
marzo 29, 2022¿Qué debo saber sobre la planificación patrimonial?
mayo 17, 2022El Estado Ponzi
Hoy quiero hablarles de estafas. Más precisamente de un tipo de estafa que se conoce como “Esquema Ponzi”, en honor al estafador ítalo-norteamericano Carlo Ponzi, o simplemente estafa piramidal. Seguro que si viven en Sudamérica estuvieron leyendo bastante sobre esto en los últimos meses, por un caso reconocido (Generación Zoe) que terminó con la captura en República Dominicana y posterior traslado a Argentina del líder del grupo, Leonardo Cositorto.
Pero no vengo hoy a hablar de esa estafa en particular, sino de otra que tiene aristas similares: un líder que organiza la recaudación, que garantiza reintegros, que periódicamente vuelve a insistir para cobrar nuevas comisiones y que, a la larga, no cumple con lo que promete. No se llama esquema Ponzi. No se llama Generación Zoe. No se llama Cositorto ni tampoco Mandala de la Abundancia. Se llama Estado voraz. Y lo conocemos demasiado.Pero no vengo hoy a hablar de esa estafa en particular, sino de otra que tiene aristas similares: un líder que organiza la recaudación, que garantiza reintegros, que periódicamente vuelve a insistir para cobrar nuevas comisiones y que, a la larga, no cumple con lo que promete. No se llama esquema Ponzi. No se llama Generación Zoe. No se llama Cositorto ni tampoco Mandala de la Abundancia. Se llama Estado voraz. Y lo conocemos demasiado.
La estafa funciona así. El Estado en cuestión capta personas que son proclives a darle dinero. Los llama contribuyentes (también podemos decirle, con mayor justicia, pagadores de impuestos), y para convencerlos de que paguen les promete reintegros: educación, salud, jubilación, obras, un futuro mucho mejor. Una salvedad: la contribución, en este caso, no es optativa. Hay una ley que avala, que obliga a hacerla efectiva. De allí la famosa frase “Taxation is theft”, ¿les suena?
El problema es que, después de un tiempo, la gente se da cuenta (la gente no es tonta) y empieza a reclamar: quiere la educación, la salud, la jubilación, las obras, el futuro que le prometieron (y no tiene). ¿Qué hace el Estado? Consigue más pagadores de impuestos: nuevos trabajadores, nuevos consumidores, nuevos productores, o los mismos de siempre a quienes les pide más porque –obviamente– les promete todavía más. Más obras, más beneficios, mejor salud, mejor educación, mejor jubilación. Un futuro acorde a lo que depositen cada mes.
En algún momento, algunos ven un beneficio. Una mejor vida que, para la gran mayoría de los pagadores de impuestos, es la zanahoria: si sigo pagando voy a tener eso, lo voy a conseguir, tengo que seguir adelante con mi contribución mensual para alcanzar ese nivel, ese lugar, esos viajes. Pero no.
Ya saben lo que ocurre después: al tiempo la gente se da cuenta (la gente no es tonta) y vuelve a reclamar: educación, salud, etc. Y el Estado busca todavía más allá: nuevos tributos, nuevos o viejos pagadores, nuevas promesas. Se llamará impuesto extraordinario o impuesto a la renta inesperada o impuesto porque sí, pero habrá títulos y promesas. Ya no se tratará de recibir ciertos “servicios” sino que la renta que otros pagadores de impuestos generen se “redistribuya”.
Hasta que la gente, nosotros, cambiemos.
Lo dije y lo vuelvo a decir: la gente no es tonta. Pero lleva años siendo estafada y necesita creer que no lo fue. Que no la engañaron. Que lo que lleva poniendo en los bolsillos de un Estado predador va a volver en algún momento. Que sus abuelos y sus padres no fueron estafados tampoco. Que las soluciones aparecerán. Que los milagros existen. Que un nuevo líder, con un esquema de diferente nombre pero igual voracidad, aparecerá para salvarla. No es tonta, no; solo es humana y una gran parte de la población es víctima de casos avanzados del famoso “Síndrome de Estocolmo Fiscal”, una pandemia mucho más dañina que el Covid-19.
Pero se puede cambiar.
Ese cambio cultural es posible. Se llama liberalismo. Libertad, como siempre digo, para disponer de nuestros bienes, de nuestros ingresos, de nuestro presente y –sobre todo– de nuestro futuro como queramos. Dentro de los límites que permiten las constituciones, las leyes internacionales y las buenas costumbres. Nadie habla de vivir sin leyes ni derechos, sino todo lo contrario. El derecho colectivo más importante que tenemos es el derecho a la propiedad. Debemos mantenerlo.
Ojalá lo entendamos pronto. No necesitamos más “Estados Ponzi” con promesas salvadoras de vidas millonarias sin esfuerzo. No. Necesitamos quedarnos con lo que producimos, con lo que generamos, sin que una mano ajena nos lo saque bajo promesas de espejitos de colores. Libertad. Ni más ni menos.