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Para los argentinos, o para quienes viven en Argentina, lo que les voy a contar no es nada extraño. Sin embargo, para los habitantes de otros países, habituados a partidos políticos más bien estandarizados (o lógicos, o consistentes), ya sea de derecha, centro o izquierda, puede ser difícil de comprender.
En Argentina hay un partido histórico, fundacional de la política local, que es la Unión Cívica Radical. La UCR tuvo fracturas varias. Además, muchos de sus dirigentes se fueron del espacio, es decir se alejaron de todas esas variantes, pero mantuvieron sus raíces, sus orígenes: se siguieron llamando radicales o identificándose como tales.
Tres ejemplos muy claros, concretos: el senador Martín Lousteau, actual presidente del partido, ni más ni menos, fue ministro de Economía de uno de los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner; Leandro Santoro es diputado nacional por Unión por la Patria, partido que en 2023 llevó al peronista Sergio Massa como candidato a la presidencia, pero también tiene sus orígenes en el radicalismo (y así se define: radical); Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente Raúl Alfonsín, fue embajador en España durante el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Los tres son radicales, o al menos se consideran radicales. Admiten sus diferencias en la mirada económica, en la mirada social, pero son –se dicen– radicales.
Con el peronismo pasa algo parecido, incluso de un modo más extremo, o escandaloso. El partido creado por Juan Domingo Perón tiene en su discurso un origen “nacional y popular”, ligado a la clase obrera y a un Estado grande, o más que grande, enorme, para albergar (o asistir) a todos. Pero el peronismo también tiene entre sus filas al expresidente Carlos Menem, el espejo en el que se miran muchos de los dirigentes y seguidores del actual gobierno de Javier Milei, más que nada por su trabajo para achicar el Estado, reducirlo a una expresión no mínima pero sí nunca antes vista en la Argentina moderna.
También tiene a Néstor Kirchner, nacional, popular, pero a la vez defensor de las cuentas del Estado bien cerradas, del superávit fiscal. Y a su esposa, Cristina Kirchner, reina del despilfarro de los recursos nacionales para sostener una rueda imposible de frenar en esas condiciones.
Podría seguir: dentro del peronismo están Massa, ex UceDé, que estuvo peleado con el kirchnerismo hasta que se alió durante el gobierno de Macri; y Miguel Ángel Pichetto, ex diputado y senador kirchnerista que luego fue candidato a vicepresidente del principal rival del kirchnerismo, Mauricio Macri, y ahora flota en un espacio “federal” del peronismo.
Quizás la diferencia entre radicales y peronistas díscolos sea que los peronistas terminan todos volviendo a casa. En algún momento, el escudo del PJ los cobija otra vez.
Podrán ver, queridos amigos y lectores, que si por algo no se caracterizan los partidos políticos de Argentina es por seguir una lógica ideológica a lo largo del tiempo, por no mantener valores ni banderas, por hacer lo que sea necesario para tratar de ganar o conservar poder.
El radicalismo es amplio, tan amplio que tuvo como “límite” a Mauricio Macri y luego fue su aliado central en Cambiemos. El peronismo es amplio, tan amplio que dentro de ese espacio hay quienes se consideran de izquierda, de derecha y de centro. Y están también los “peronistas racionales”, que son aquellos que suelen obnubilar a mis amigos liberales.
Con esa realidad, una realidad que es histórica en mi querido país, y en algunos otros de la región, hoy hay quienes se sorprenden de las divergencias en un espacio que casi nadie conoce y mucho menos entiende: el liberalismo.
Quienes me leen seguido, en especial en redes sociales, saben de mis diferencias con varios de los enfoques que Javier Milei y equipo están llevando adelante en su gobierno. En especial, claro está, en lo que respecta a la cuestión fiscal.
Yo creo que hay que bajar los impuestos ya. O ni siquiera ya, ahora, sino ayer. Lo creo, lo dije sin rodeos, lo justifiqué mil veces (con argumentos que el propio Javier compartía hasta no hace mucho atrás) y hasta lo formulamos en forma de propuesta desde “The 1841 Foundation” (lo pueden leer en esta nota).
Otros representantes del espectro liberal tienen otros cuestionamientos para con el gobierno, y serán ellos los que puedan explicarlos. Lo concreto es que todos aspiramos a lo mismo: un país (y, de ser posible, un mundo) más libre, con menor intervención del Estado, impuestos más bajos, abierto al mundo, lejano a las tiranías, al terrorismo, y también al populismo. Donde podamos expresarnos sin presiones y también tomar decisiones sin que nos estén llevando de la mano, como si fuéramos tontos.
¿Hay matices? Los hay. No tan grandes como en el radicalismo o en el peronismo, pero claro que los hay.
¿Alguien puede, como se suele decir, correr al liberalismo argentino con esas diferencias? La verdad que nadie.
Existen varias lecturas sobre el liberalismo. El presidente, como dice con frecuencia, tiene a sus autores de cabecera, los que sigue incluso a rajatabla, al menos desde lo dialéctico. Yo tengo a mis preferidos, a quienes leí y sigo leyendo, con quienes forjé lo que considero un pensamiento libre: leí de todo, me formé en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad del CEMA. Otros liberales tendrán sus miradas, y jamás les diría que no son liberales. No tenemos que ser exactamente iguales, no tenemos por qué pensar lo mismo sobre todos los temas. Lo que nos une, que es mucho más importante de lo que nos separa, es la defensa de la libertad de los individuos, y no solamente desde un punto de vista económico, sino en general. Quienes sólo desean vivir en un país económicamente libre pero no les molesta que el Estado regule todo el resto, ya no son liberales, sino en todo caso conservadores, o “de derecha”.
Si buscamos rápidamente una definición de liberalismo, vamos a encontrar que dice así: “doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos”.
Nada en estas artes es tan simple como una definición, pero veremos, de todos modos, que, incluso adoptándola como mantra unificador, todos los liberales queremos lo mismo: libertad para todos, menor intervención, en todos los campos.
No creo que sea tan difícil de entender. Más difícil, de hecho, es entender al peronismo y al radicalismo…