
Tres eventos imperdibles para cerrar el año en Buenos Aires
octubre 30, 2025Esta frase tal vez les suene familiar. La repito —con ligeras variaciones— desde hace muchos años. De hecho, estas 18 palabras las tomé textualmente de una nota que escribí en 2021 sobre el impuesto mínimo global a las ganancias corporativas.
Hoy vuelve a tener relevancia porque Estados Unidos se dio de lleno contra esa afirmación.
A partir de una tasa impuesta por el gobierno de Trump, una gran empresa decidió subir los precios de sus productos. Es lógico: ninguna empresa quiere perder dinero ni dejar de ganar el dinero que ya venía ganando.
¿Quién pagará, entonces, la tasa? Técnicamente, las empresas. Pero en la práctica, lo terminan pagando los consumidores a través del aumento de precios.
Lo mismo va a suceder con el mal llamado “Impuesto Temu”, si es que finalmente se aprueba en Uruguay.
Lo mismo sucede con muchos otros tributos todos los días, en algunos casos con menos notoriedad.
El caso actual
Entre los aranceles que anunció Trump hace algunas semanas está el que afecta, en hasta un 50%, a los muebles importados. Ante esa medida, la empresa sueca Ikea advirtió en un comunicado que iba a tener que ajustar los valores de venta al público: “el aumento de los aranceles afectará nuestros precios en Estados Unidos”.
Y ya lo hizo. Primero, desistió parcialmente de las rebajas que cualquiera que conoce Ikea sabe que son muy tentadoras. Luego, subió los precios. “Se hicieron los ajustes necesarios debido al aumento de los costos”, explicaron. ¿Los costos? El nuevo arancel.
Esto, que puede parecer menor —y quizás lo sea visto desde el sur del continente, donde Ikea solo está presente en Colombia y Chile—, es una muestra enorme de lo nocivos que son los impuestos que se alejan de cualquier noción de libertad económica.
Ya sea bajo el manto del proteccionismo o la supuesta redistribución de la riqueza, el resultado es el mismo: la recaudación sube menos que los precios. Nadie quiere (ni tiene por qué querer) perder dinero o resignar ganancias. Por eso hace lo lógico: traslada la pérdida.
Suba de precios, ajuste de personal, freno a la inversión. Tres decisiones que terminan afectando al propio Estado: más inflación, más desocupación, menor desarrollo.
Presión y esfuerzo
Hace tiempo escribí que, con el sacrificio fiscal que actualmente exige Argentina a sus pagadores de impuestos, va a ser imposible que el país crezca.
Hace unas semanas el gobierno argentino anunció que prepara una “reforma tributaria” con la que planea eliminar unos 20 gravámenes. El presidente Milei habló de los argentinos como “fanáticos de inventar impuestos ridículos y distorsivos”, algo con lo que concuerdo (de hecho, no es un invento argentino: en esta columna, escribí sobre los impuestos más ridículos de la historia).
Aunque todavía no conocemos los detalles de esa reforma, me permito algunas consideraciones, que ojalá alguien escuche y tenga en cuenta:
- La presión fiscal argentina es alta, sí, pero no en comparación con el mundo sino con relación a lo que les cuesta a los argentinos pagar sus impuestos. Lo verdaderamente alto es el esfuerzo fiscal, lo que les consume a los pagadores de impuestos estar al día con el fisco (los invito a ver este video sobre esfuerzo fiscal).
- Todo impuesto es una agresión contra el patrimonio de las personas y el sistema tributario lo que hace es mostrar cuánto respeta la propiedad privada de sus ciudadanos. ¿Argentina? No hace falta que lo diga. Hay más de cien impuestos. Creo que eliminar 20 –que, como anunciaron, no sirven para recaudar– no alcanza, pero veremos cuáles son antes de opinar. En realidad 20 son los que deberían quedar. O incluso 10.
- De los cuatro tipos de impuestos (sobre ganancias, sobre consumo, sobre transacciones y sobre patrimonio), los que gravan el patrimonio o las transacciones son los peores de todos y, sin dudas, no deberían existir ni siquiera por un tiempo breve.
- Cualquier sistema tributario más o menos exitoso tiene que tener solamente impuesto sobre las ganancias y sobre el consumo, lo que muestra la capacidad contributiva de la gente. Y no estoy diciendo con esto que me guste que existan esos impuestos, pero son los menos malos.
- Hacer transacciones no implica lujo. ¿Cuántas transacciones se hacen sin que se gane un solo peso o dólar, o incluso perdiendo dinero en esa transacción?
- Los bienes, los activos que tenemos tampoco son un lujo, y de hecho en cualquier país ya pagamos por ellos: gravar el patrimonio existente es meterse con la propiedad privada de la gente y Argentina tiene que terminar con eso.
- Pero además, y con esto vuelvo al inicio, los impuestos abusivos no los termina pagando el que efectivamente le paga a la agencia recaudadora, sino quienes menos tienen. Los que no pueden trasladar a precios o a reducción de personal o de inversión ese impuesto que le están cobrando. ¿Quién hace el esfuerzo? ¿De quién es el verdadero sacrificio?
No me crean a mí: miren cómo les va a los países que siguen apostando por el esfuerzo fiscal.
By the way, espero que le lleguen esta reflexiones al alcalde electo de Nueva York…




