¿Ser o no ser liberal? Esa es la cuestión
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“Es más fácil mandar que enseñar”, decía John Locke, y por eso en política, y no solo en ese ámbito, quienes gritan reciben más atención. Los discursos populistas mandan porque el populismo es eso: subirse a una tarima, prender el micrófono y hablar sin cesar, muchas veces a los gritos, y repitiendo una y otra vez el mismo discurso hasta que queda grabado en la mente de quienes lo escuchan. Hoy en día, los jóvenes dirían que se repite como mantra. Yo diría que repiten como loros, porque el mantra supone una invocación a partir de frases o palabras sagradas –o teóricamente sagradas–, y el loro repite porque no sabe decir otra cosa.
No sabe: he ahí la cuestión.Es más fácil mandar que enseñar, decía Locke y yo lo tomo prestado: no voy a gritar, jamás me van a ver levantando la voz en un estudio de televisión, en un vivo de Instagram o en una conferencia, aunque eso atraiga las miradas o alimente el rating, porque prefiero lo otro: enseñar. Explicar una y otra vez, con ejemplos, con datos, con experiencias reales, con citas a personas que entienden, por qué hay una salida diferente al populismo, a los discursos de izquierda, a los Estados coercitivos, al odio que impone una presunta superioridad de algunos. La libertad, como yo entiendo la libertad, no es para unos pocos: es para todos. Y, además, es para todo. No solo para la economía.
Quienes entendemos el mundo libre, el liberalismo, queremos libertad económica pero también libertad en otros ámbitos. La libertad de elegir, de ser como se quiera ser, de comer, fumar y beber lo que deseemos, de comprar dónde y cuándo nos guste, de hacer con nuestro dinero lo que nos dé la gana, de salir con quien nos atraiga, de vestir las ropas que nos queden cómodas o nos hagan sentir mejor. ¿Qué es eso de limitar las libertades a una mera cuestión de mercado? También, por supuesto; es clave esa libertad. Pero no es la única.
No me canso de hablar de educación financiera, de liberalismo, de la libertad en todas sus formas porque las palabras de Locke, a quien leí de muy joven y repaso cada vez que puedo, como a otros grandes pensadores y formadores de esta corriente de pensamiento, dejaron marcas. Gritar es parte de algo que no me gusta, que no me cierra. No necesito gritar en mi trabajo para que el equipo entienda hacia dónde quiero ir. No necesito gritarles a mis clientes para explicar qué es lo que más les conviene para planificar sus patrimonios. No necesito gritar en clase cuando alumnos de diferentes países buscan entender más sobre estructuración patrimonial y fiscalidad internacional. No necesito gritar en casa para que mis hijos se sienten a la mesa. No necesito gritar en un evento cuando me invitan a exponer sobre los temas en los que me formé. No necesito gritar cuando un periodista me hace una pregunta, ni siquiera cuando la pregunta es maliciosa. No necesito gritar (y además no me gusta), porque alcanza con explicar. Con enseñar.
El liberalismo es más que una elección política, social, personal, y desde ya también es más que una mirada económica. Explicar esto es lo importante. Es la manera de que más personas lo entiendan, lo procesen, lo elijan, y no simplemente lo repitan como loros, hasta que venga alguien, grite más fuerte y terminen repitiendo otra cosa.
Yo quiero que si alguien repite, que sea como un mantra: a fin de cuentas, para los liberales las palabras de Locke –y de muchos otros– son sagradas.