Los paraísos monetarios
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Hay una frase, o un concepto, que se repite constantemente en la política nacional (sin importar de qué nación estemos hablando), cuando quienes detentan el poder se identifican con las ideas populistas, progresistas o de izquierda.
Palabras más, palabras menos, la idea es esta: “Hay que redistribuir la riqueza. Y para redistribuir la riqueza, quienes más tienen deben pagar más impuestos (no solo en términos absolutos, lo cual siempre va a suceder, sino inclusive a través de pago de alícuotas más elevadas), porque esos impuestos son los que, en obras, o directamente en asistencia, les van a llegar y van a mejorar la vida de los que menos tienen”.¿Les suena esa idea? Pues bien, es una idea errónea. Falsa. O, dicho de manera directa: es mentira.
La historia ha demostrado que todo lo que se les saca “a los ricos”, a los que más tienen, no les mejora la vida a los pobres, a los que menos tienen. El primer motivo que puede venir a nuestras cabezas es obvio: esa plata la usan para aplacar los descalabros financieros de los estados que fagocitan todo lo que pasa cerca, para pagar desmanejos o, simplemente, para engrosar las fortunas personales. Pero vamos a suponer que todo esto no pase. Vamos a imaginar un mundo noble, sin robos, corrupción, ni aprovechamiento alguno por parte de los Estados…
La presunta “redistribución de la riqueza” que justifica cada suba de impuestos no funciona por una cadena lógica, un círculo vicioso que se repite y se repite constantemente: el Estado define que los que más tienen, paguen más impuestos; los que más tienen, entonces, pagan más impuestos, y al pagar más impuestos ven reducidos sus ingresos. ¿Qué hacen para recuperar sus ingresos, para no verlos diezmados? Quienes generaban producto, aumentan los valores de sus productos; quienes invertían, dejan de invertir o invierten menos; quienes daban trabajo, dejan de hacerlo. ¿Quién paga los nuevos valores, quién se ve más perjudicado por la desinversión y la baja en el empleo? Está claro: los que menos tienen. Y, de nuevo, el país. ¿En qué piensa el Estado cuando eso ocurre? En sumar nuevos impuestos. ¿Qué va a pasar? Lo mismo.
El Estado, en otras palabras, puede determinar qué persona o empresa debe ingresar el tributo de que se trata a la administración fiscal correspondiente, pero nunca podrá determinar quién terminará pagándolo en realidad. Eso, les guste o no a los políticos, lo determina libremente el mercado. Y no, tampoco se puede evitar con precios máximos, cepos y otras restricciones. Lo cierto es que los más perjudicados, siempre, son los mismos: los consumidores comunes. Los que sienten más la inflación, el desempleo, la falta de inversión en obras, la modernización. Los “ricos” no precisan que la economía del país donde vive mejore; son los pobres quienes lo necesitan para poder mejorar su situación.
Lo que ocurre a escala mediana en los países en desarrollo o subdesarrollados, también pasa en los países más importantes. Y se va a acrecentar con la decisión que tomaron los integrantes del G7 (Estados Unidos, Canadá, Japón, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido) de establecer un impuesto mínimo universal para las grandes corporaciones. Esa tasa, del 15%, no va a ayudar a los fines que Estados Unidos y sus socios suponen. Lo expliqué en esta nota en Infobae: “Los Estados pueden determinar quién debe ingresar el impuesto a sus agencias recaudadoras, pero no quien termina pagándolos; y es claro que todas las empresas afectadas por este nuevo gravamen o mínimo van a terminar trasladando ese mayor costo a sus precios. Así las cosas, quienes van a pagar este impuesto no van a ser las empresas sino los consumidores”.
También hablé del tema en Forbes Argentina, donde comenté que “establecer un impuesto mínimo mundial a las ganancias de las corporaciones es -además de algo que no va a funcionar- un ataque directo a la soberanía de cientos de estados y jurisdicciones, y la aceptación implícita de que el sistema de alta tributación no funciona y que, por ende, hay que imponerlo por la fuerza”.
Con esta decisión, países bien conducidos, con Estados eficientes y sin necesidad de sumar impuestos van a tener que hacerlo a la fuerza, por esta decisión. ¿La competencia fiscal? Bien, gracias. ¿La cartelización fiscal? Aquí está, se las presento.
Este es el mundo en el que vivimos hoy. No pueden decir que no se lo anticipé antes de que Joe Biden asumiera la presidencia de los Estados Unidos. También les anticipo ahora lo que va a ocurrir: grandes empresas buscarán la manera de estructurar actividades para poder reducir los daños que este nuevo impuesto les va a generar. En unos meses, en unos años, vamos a volver a estar en la misma situación. Sin el pan (pobreza) y sin la torta (recaudación).
Con la pandemia como excusa, esto es lo que pasa. Lo que viene no parece ser más alentador.